AGE ROCKET QUEEN

todo sobre musica y buenas noticias...pelis y mas

Entradas populares Rocket Queen

viernes, 3 de diciembre de 2010

BUNBURY EN MADRID♫

La chispa de Bunbury prende con dificultad en Madrid

Desubicado concierto del maño en el Palacio de Deportes: planteado como un recital más íntimo, acaba siendo el espectáculo rock de siempre, entorpecido por las sillas en pista y la ausencia de pantallas. Por Jorge Arenillas

La chispa de Bunbury prende con dificultad en Madrid

Enrique Bunbury, anoche en el Palacio de Deportes de Madrid. (Foto: Ana Pérez)

Concierto: Bunbury.
Lugar: Palacio de Deportes (Madrid).
Fecha: 01/12/10.
Precio: de 23 a 65 euros.
Asistencia: 9.000 personas (casi lleno).

Extraña gira la del disco Las consecuencias, con poco más de medio centenar de fechas, de las que la mitad se han empleado en tocar en pequeñas salas por todo Estados Unidos. Para España sólo se han reservado nueve recitales en el tramo final, y esta vez a la capital le ha tocado bailar con la más fea: mientras Valencia, Málaga o Barcelona han repetido fecha en recintos más pequeños, los madrileños han tenido que conformarse con un único día en el Palacio de Deportes.

El propio Enrique se justificaba anoche en el bis, afirmando: “Queríamos hacer teatros en Madrid, pero Raphael los tenía todos copados hasta Navidad”. La broma fue bien recibida, pero no era suficiente para justificar lo desubicado de un concierto como el de ayer. Porque Las consecuencias es, en efecto, un disco para teatros. Y por muchas sillas que se pongan en la pista de un pabellón, éste sigue siendo un espacio desangelado y poco íntimo para acoger esa clase de concierto.

La paradoja es que Bunbury no dio en Madrid el espectáculo recogido que se le presuponía: despachó el grueso del nuevo disco en las cinco primeras canciones, para pasar enseguida al espectáculo de masas acostumbrado. Lo que convirtió las sillas en un estorbo; y a los encargados de seguridad que impedían a los espectadores acercarse al escenario, en los villanos involuntarios de la función. Más o menos expeditivos, estos tipos sólo eran el músculo que llevaba a cabo el despropósito: el cerebro había sido el propio Bunbury que, inspirado por el concierto de su admirado Leonard Cohen en el mismo recinto el año pasado, decidió que el formato se adaptaba a su propuesta. Pero el maño no tuvo en cuenta que el canadiense no hace rock precisamente.

Como puede verse en la foto, Bunbury agarraba un pie de micro hecho de pequeñas calaveras con unos dedos con uñas sin pintar, atípico en él. Detalles como éste pasaron inadvertidos para el 70% de los espectadores porque en el concierto de anoche no había pantallas: esa es la forma en la que el cantante entendió que lograría crear más intimidad con sus fans. No hice un sondeo entre los ocupantes de la grada alta de la calle Goya (la que parece estar a una parada de metro de distancia del escenario), pero apuesto a que muchos se sintieron defraudados por el escaso despliegue.

Y fue una pena que no hubiera posibilidad de proyectar lo que estaba ocurriendo a los espectadores más lejanos, porque la iluminación era excelente y la escenografía, aunque sobria, cumplía un propósito. La profesionalidad de los espectáculos de Bunbury es intachable, a un nivel anglosajón (a veces innecesario: no creo que el cantante le dé uso alguno a los múltiples teleprompters), por eso no es justificable la ausencia de cámaras en un recinto que anoche albergó a 9.000 personas.

A las nueve y veinte, tras una lánguida introducción de piano para sentar el tono, Bunbury y los Santos Inocentes arrancaban con el tema homónimo del disco. El cantante se lo puso fácil a los fotógrafos permaneciendo inmóvil durante las dos primeras canciones. Cualquiera diría, vista la aclamación popular cuando decidió por fin caminar hasta el borde del escenario (en el crescendo de Ella me dijo que no), que era el mismo Lázaro resurrecto. Un foso exageradamente ancho y una valla de seguridad le separaban diez metros de la primera fila de espectadores, así que se las vio y se las deseó para acercarse de alguna manera a su público, siquiera en espíritu.

Prosiguió el bloque temático del último disco con De todo el mundo, una joya merecedora de encontrar su hueco en los bises, donde le corresponde estar. Cierto es que hace buen combo con la versión de Frente a frente, también muy bien recibida. Con Los habitantes se cerraba la media hora dedicada por completo a Las consecuencias. No está claro si Enrique no confía lo suficiente en su disco o si, por el contrario, confía demasiado en él: el caso es que los cien minutos restantes configuraron un concierto prototípico suyo, como si lo anterior nunca hubiera pasado. Raro.

Con canciones más enérgicas como Enganchado a ti y El extranjero se confirmó que el sonido, aunque nítido, era estruendoso en exceso. La voz de Bunbury reverberaba con eco en las alturas del Palacio y los instrumentos se empastaban más de lo deseable. La gente cantaba con ganas los estribillos, pero era difícil oírles por encima de la tormenta de decibelios.

El clímax balcánico de Desmejorado desató la euforia, que siguió al alza con Bujías para el dolor y Hay muy poca gente. En ésta, Bunbury se empeñó en azuzar a las primeras filas mientras los seguratas impedían que la gente se acercara a la valla: menuda contradicción. Confinados en el medio metro cuadrado al que les daba derecho su silla, optaron por cantar a pleno pulmón Senda, la única concesión a Héroes del Silencio. Aunque no conozcas la canción, puedes adivinar que ésta es de hace dos décadas por lo poco que tiene que ver el Bunbury letrista de entonces con el de ahora.

Con la concatenación de Sácame de aquí, , Infinito y Apuesta por el rocanrol, el entusiasmo se disparó por todo el Palacio. Los nuevos arreglos de los clásicos demostraron que éstos no están atados a la exuberancia del Huracán Ambulante, la banda que les dio la vida. Tampoco es que estos Santos Inocentes sean mancos. Existe el peligro, eso sí, de que tanta vuelta de tuerca acabe aflojando el armazón de dichas canciones y haya que volver a empezar de cero; pero todavía queda un poco para eso.

Unos bises más agradecidos y mejor ordenados que los de la última actuación de Bunbury en el Palacio en 2008 (cuando tuvo el cuajo de encadenar cinco medios tiempos para cerrar) prolongaron veinticinco minutos más el concierto. La evocadora El boxeador nos recordó que el propósito de la velada había sido presentar Las consecuencias. El cierre lo echó El viento a favor, más positiva y vitalista (reggae incluso) que en anteriores encarnaciones. No llegó a concretarse un último bis, el tercero, que sí había tenido lugar en otras ciudades durante esta gira.

Sensaciones agridulces en este concierto de Bunbury en Madrid: desde los ya lejanos tiempos de la gira Freak Show, con sus actuaciones en una carpa de circo, la ciudad parece condenada a ver al maño en grandes recintos incluso cuando no procede. Si, encima, no se emplean las herramientas tecnológicas mínimas para que el público pueda disfrutarlo, de nada sirve el esfuerzo de animales de escenario del calibre de Bunbury y sus músicos. Al final vamos a tener que viajar a otras ciudades, o incluso a otros países, para disfrutar de la mejor versión del maño.

0 comentarios:

Publicar un comentario