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jueves, 11 de noviembre de 2010

Bon Jovi ♫ rollingstone.es

El atraco perfecto de Bon Jovi en el Circo Price

La banda de Nueva Jersey hace pasar por concierto "exclusivo" un acto promocional de su "Greatest hits". 75 minutos por 90 euros: ¿alguien da menos por más? Por Jorge Arenillas

El atraco perfecto de Bon Jovi en el Circo Price

Bon Jovi en el escenario del Circo Price.

Concierto: Bon Jovi.
Lugar: Teatro Circo Price (Madrid).
Fecha: 06/11/10.
Precio: de 60 a 90 euros.
Asistencia: 2.250 personas (lleno).

Dicen que los verdaderos héroes del Día D fueron los de la segunda oleada, los que desembarcaron en las playas de Normandía cuando ya resultaba obvio que los iban a masacrar. Yo no me considero ningún mártir pero, habiendo visto cómo los fanáticos pedían la cabeza del redactor que se atrevió a poner peros a Bon Jovi en un artículo anterior, sé que no puedo esperar piedad alguna: mejor no hacerse notar a las puertas del Circo Price para no tener que descubrir cómo funciona esto de los linchamientos espontáneos.

En realidad, la beligerancia de los seguidores de esta banda es pura inseguridad. Ser fan de alguien es una forma de amor, y como tal, uno no elige de quién colgarse: aceptas que sus defectos y sus virtudes conforman a esa persona. Pero a nadie le gusta que le recuerden que su novia es fea. Más de un fan preferiría que Jon no se hubiera puesto unas fundas dentales demasiado grandes para su boca; o que Richie Sambora no hubiera adquirido con los años esa textura de muñeco de mazapán, tan propia de Mickey Rourke. Igualmente, aunque no pueda admitirse en público, los fans saben que las canciones del grupo se parecen demasiado unas a otras, hasta el punto de que lleva un minuto largo saber si estás cantando It´s my life, Have a nice day o Have a nice life. Nada que no conozcan de primera mano los seguidores de Pau Donés o Fito Cabrales, por otra parte.

Lo llamativo del caso de Bon Jovi es el amor incondicional que le profesan sus fieles, cuando ha quedado bien demostrada la falta de escrúpulos del grupo a la hora de sobreexplotarlos. Las cifras son elocuentes: un asiento en primera fila en su residencia londinense del pasado verano costaba 500 euros (todo hay que decirlo, al acabar podías llevarte de recuerdo la silla plegable de plástico en la que te habías sentado: sí, la que vende Leroy Merlín por 12 euros). Para su gira de estadios del verano próximo, la cosa está más suave y sólo hay que apoquinar 275 euros (más gastos de distribución) por ser uno de esos privilegiados. Si te preguntabas qué clase de grupo prefiere que al pie del escenario estén sus fans más pudientes en lugar de los más entregados, no busques más: Bon Jovi.

Así las cosas, el concierto del Teatro Circo Price (no hay consenso en si se pronuncia prize o prais) era, a priori, el sueño húmedo del seguidor de cualquier grupo habituado a tocar en estadios, sea U2, AC/DC o los Stones: un recinto con encanto y buena acústica en el que caben poco más de 2.000 espectadores. Y para el rasero de Bon Jovi, los precios eran incluso populares, de 60 a 90 euros. Claro que, para hacer felices a ese par de millares, decenas de miles debían quedarse un poco jodidos por no haber conseguido entrada en esa lotería llamada Ticketmaster. La exclusividad es lo que tiene, que no puede complacer a todos.

Pero ni siquiera este gesto de buena voluntad hacia su parroquia madrileña ha sabido Bon Jovi (el hombre, el grupo o la empresa) hacerlo bien. Lo prudente hubiera sido vender un máximo de dos entradas por persona, a poder ser con el DNI impreso en ellas, una medida que se demostró efectiva para paliar la reventa en la gira Devils and dust de su compatriota Springsteen. Con cuatro entradas por cabeza y ninguna medida de seguridad al respecto, los reventas (profesionales y aficionados) han hecho lo que han querido con aquellos desesperados por ver el concierto.

Pero todo quedó olvidado anoche a las 21:59 h., cuando las luces del Circo Price se apagaron de sopetón. El rugido de histeria colectiva hizo temblar los pilares del local. El baterista Tico Torres elevaba unos grados más la (ya de por sí notable) temperatura ambiente con un moroso ritmo a lo Bo Diddley. Y entre las tinieblas, una silueta vacilona encantada de conocerse, con ese morro natural que sólo tienen las superestrellas vocacionales: el inimitable Jon Bon Jovi. Pocos parecieron reconocer Not fade away (muy competente versión, por cierto), pero en ese momento la música era lo de menos. Lo importante era estar allí, en el concierto más exclusivo del año.

La que sí reconocieron fue You give love a bad name, que evidenció la desproporción entre el entusiasmo del público y el tamaño del recinto, pues en recitales de este aforo es raro que todos los espectadores canten a pleno pulmón. Pero Bon Jovi en el Circo Price ya es excepcional de por sí. La distribución de los músicos en el escenario resultaba jerárquica y un tanto antinatural, pues el guitarrista Bobby Bandiera (un histórico de la escena de Asbury Park, colaborador habitual de Southside Johnny) no ocupaba el espacio lógico a la izquierda del cantante, quizá para que éste pudiera montar su espetáculo con libertad. Relegados a la segunda fila, los músicos cedían todo el protagonismo a Jon y Richie Sambora.

La estrella del grupo no lo es por casualidad: rebosa carisma. Burdo y falto de glamour, es verdad, pero carisma al fin y al cabo. Con su característico chaleco de cuero sin nada debajo (cuyo roce quizá le provoque hermosos sarpullidos en su espalda sudada), tiene el aspecto de Joey Tribbiani fingiendo ser el Boss: a todas luces un impostor, pero con un descaro que le hace caer simpático. Jon en directo es un animador deportivo de la escuela de Mick Jagger, logrando que la masa mimetice cada uno de sus movimientos gimnásticos. Seguro que a él no se le escapa la ironía de que todos le imiten durante una canción llamada We weren´t born to follow.

Los cuatro meses transcurridos no impidieron a Jon felicitarnos por la Copa del Mundo antes de It´s my life. Fue la única canción de este siglo coreada como es debido, porque las siguientes What do you got? y When we were beautiful rebajaron notablemente el entusiasmo. Al final va a resultar que es el mismo público el que no permite que las canciones de Bon Jovi amplíen su paleta sónica.

No hubo reproches cuando Richie agarró su guitarra de doble mástil, ésa que sólo sirve para joderte las lumbares, al comienzo de Wanted dead or alive. El guitarrista no sacó un gran partido al instrumento, pero al público le encantó, y la imagen es una prioridad en esta banda. Lo mismo se aplica al teclista David Bryan, que sigue tocando los teclados a pares como en los ochenta, desoyendo el dicho popular de “quien mucho abarca, poco aprieta”. No hay virtuosos en Bon Jovi, es verdad, pero tampoco las canciones lo requieren.

En una larga Keep the faith, con Jon agitando las maracas con un gracejo que hizo dudar a los maliciosos de su hombría, intercalaron con acierto el estribillo de Sympathy for the devil. Menos fino estuvo Jon taconeando y chasqueando los dedos en lo que él entiende que debe ser un baile típico español, al comienzo de Livin´ on a prayer. Todo quedó olvidado cuando Rihanna salió a cantar con él sin previo aviso. Esta chica hace enormes esfuerzos por afearse con sus peinados y sus estilismos, pero es incapaz de conseguirlo: tal vez no sea “la mujer más guapa del mundo”, como la despidió Jon, pero sí una buena aspirante al título.

El ritmo de aparición de los temas clásicos hacía sospechar que no sería un concierto largo, pero aún así sorprendió la primera despedida a la hora exacta. Hubo un bis, claro, que incluía Have a nice day y una exagerada Bad medicine (con Pretty woman y Shout! intercaladas casi de forma íntegra), que alargaron el concierto 15 minutos más. A las 23:15, después de saludar como mandan los cánones, los músicos enfilaron los camerinos y ya no volvieron a salir.

Los fanáticos dirán que esos 75 minutos de concierto fueron irreprochables. Quizá sí. Pero muchos pagaron hasta 90 euros por verlos, sin contar los que sufrieron en sus carnes la reventa o vinieron expresamente desde otros países. Bon Jovi debía haber dado anoche un concierto que llegara a las dos horas por respeto a sus fans. La impresión es que calculó mentalmente cuántos éramos y cuánto habíamos pagado, y se dijo a sí mismo “sin sardina, la foca no baila”. Pero el propósito estaba cumplido: todos los periódicos mencionarán hoy que Bon Jovi tiene un nuevo Greatest hits en el mercado. Y la rueda seguirá girando unos cuantos años más.

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