Adler's Appetite, en Madrid: ¿Mejor que Guns N' Roses?
El ex batería y miembro mítico de la banda ahora capitaneada por Axl Rose se mide con éste, en un concierto divertido, entrañable y con más de un cliché. ¿La alternativa al regreso que nunca llega de la formación original de los rockeros angelinos? Por Ivar Muñoz-Rojas
Adler, lo da todo tras sus tambores. (Foto: Adriana Lorente)
Concierto: Adler's Appetite
Fecha: 17/10/11.
Lugar: Sala Live (Madrid)
Precio: 21 euros
Asistencia: 300 personas (casi lleno)
Si alguien hiciese una película sobre la vida de Steven Adler (46, EE UU), el batería de la formación clásica de Guns N' Roses, no andaría lejos del documental La historia de Anvil. Este filme cuenta las peripecias de Anvil, banda canadiense de heavy, que tuvo su minuto de gloria en los 80 y que los siguientes años peleó por volver a ser grande (la formación sigue en activo). Para Adler, las vacas gordas duraron más, unos tres años: a finales de aquella excesiva década tocó en la banda de rock duro por entonces más grande del planeta. Pero la fastidió: sus cuelgues con el caballo eran excesivos, incluso para el grupo más salvaje. Fue despedido de éste, y así entró en una espiral de adicciones y centros de rehabilitación. Desde entonces, no ha salido de las salas de aforo reducido y los últimos años se ha dedicado a recorrerlas, para repasar en vivo el visceral y rockero álbum Appetite for destruction, de 1987, que grabó junto a su ex banda (el debut más vendido de la historia: lleva más 28 millones de ejemplares despachados). Al igual que los miembros de Anvil en su película, Steven resulta entrañable y sincero aunque, en algún momento, roza lo caricaturesco, como pudieron comprobar la noche de este jueves 300 personas en una sala del extrarradio madrileño, Live.
El concierto de Adler's Appetite, así se llama este tributo a sí mismo del batería, despertó nostalgia y morbo(¿cuántas veces tienes a un otrora astro del rock a metros de distancia?). Pero, sobre todo, resultó espontáneo, algo que no se puede decir de los nuevos Guns N' Roses, capitaneados por su inflado vocalista Axl Rose, único de la formación original en esta circense alineación. Aunque al igual que ésta (que en su concierto en la capital, en octubre, salió a tocar una hora y media más tarde de lo esperado), este quinteto hizo esperar a su público. Éste se entretuvo durante la tardanza, de 50 minutos largos, con el técnico de la banda (“Gorritas”, le gritó alguno), que se paseó por el escenario y se empleó a fondo en colocar minuciosamente (¿tendrá algún tipo de trastorno compulsivo?) el equipo y las bebidas del grupo. Tercios de cerveza para los dos guitarristas, el bajista y el cantante, y Coca Cola para Steven. Cosas de la rehabilitación. A las 23.50 subió la banda al escenario (una hora poco considerada para un jueves, dicho sea) y comenzó a sonar el bajo punk y amenazador de Nightrain, uno de los temas más agresivos de la ex banda de Steven. Sorpresa: sonó potente, digno y fiel al original. Le siguieron, igual de efectivas, Out ta get me, Mr. Brownstone...
Los músicos, segundones de la era dorada del rock duro angelino, cumplieron. Los guitarristas reprodujeron con sorprendente técnica los numerosos arreglos, grabados por Slash e Izzy Stradlin en el célebre disco. Y el vocalista, con algún deje demasiado heavy para la ocasión, no palideció al lado de las estridencias virtuosas de Axl Rose. Mención aparte para la estética: las botas camperas, los pantalones de pitillo y el pecho al descubierto es el uniforme desfasado esperado, pero que alguien le diga al bajista que la gabardina de cuero cerrada hasta el cuello, junto con gafas de sol oscuras (muy a lo Yoko Ono) son de turista sexual, y no de estrella del rock. Detrás de éstos, en el pequeño escenario, estaba el simpático Steven (no paró de sonreír) aporreando los tambores. Lo hizo con su estilo: sin florituras y con contundentes golpes, aunque, eso sí, por momentos iba a rebufo. Roquet queen y My Michelle, otras imprescindibles del primer repertorio de Guns N' Roses, quedaron ralentizadas, con un sonido parecido al de tu Walkman, cuando se comía las casetes. La cosa iba de nostalgia, hemos dicho.
“Pero qué público más raro tengo”, debió de pensar el batería, en alguno de los pocos momentos en que se acercó a hablar a sus oyentes. Ahí había un puñado de adolescentes con, increíble, el pelo maqueado con laca, mujeres provocadoras y maduras, y sobre todo, varones en sus treinta y largos. “Después del concierto, podéis pasaros por nuestro puesto, en la planta de abajo, que vendemos camisetas y está el disco con nuestras canciones”. Se hizo raro escuchar estas palabras de quien ha grabado un trabajo pilar en la historia del rock duro. La audiencia no se interesó lo más mínimo por las recientes composiciones: tocaron un puñado, esparcidas entre los éxitos de antaño, que apenas despertaron aplausos. El más fiel de Guns N' Roses iba a lo que iba.
Y aquí lo encontró. En Adler's Appetite no hay sitio para Madagascar, Don't cry y otros momentos poco inspirados, de Chinese democracy, el infumable último álbum de Guns N' Roses, y de sus excesivos Use your illusion I & II. Suenan las canciones clásicas de la banda. Y si anoche quedó raro escuchar Sweet child O'mine sin la voz de Axl, lo mismo ocurrió con la melodía de guitarra que introduce este tema, nacida de las manos de otro que no era Slash. Por otro lado, el circense espectáculo de Rose y sus séquito costó 55 euros, el de anoche salió por 21... ¿Es mejor Adler´s Appetite que los actuales Guns N' Roses? Al menos, es una alternativa más divertida, hasta que Slash y Axl hagan las paces. Si esto llega a suceder.
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